Ocho galletas de trigo y todavía no puedo detenerme...
Hoy es uno de esos días en que vuelvo a reflexionar sobre la condición de la pérdida.
¿Qué puedo sentir, ahora, nuevamente, después de que pierdo, otra vez?
No sé... siempre he perdido a causa de esos accidentes físicos que en mí no son ni exóticos ni impresionantes. La doctrina, la sabiduría popular, los consejos... todo en la vida se inclina por la valoracion de los sentimientos frente a la apostura y esas contingencias. Sin embargo, no dejan de ser mas que discursos de oquedad.
En el momento decisivo, un par de ojos de color, un cuerpo medianamente marcado, una silueta delgada o una melena anti gravedad terminan por oponerse al más tenaz de los intelectos, a la voz mas melodiosa, a los detalles mas especiales, en fin... al amor mas sincero.
Pasa lo que pasaba cuando era niño y jugábamos fútbol en la escuela secundaria. Aunque estaba en el equipo que ganaba, por lo general, yo siempre sentía que perdía. Al final del partido, mis compañeros se llevaban en hombros a Sergio, el que anotaba todos los goles. Como era pequeño y débil, yo no podía unírmeles en la cargada. Sin embargo, soñaba con ser yo el único que cargara a Sergio en ese entallado uniforme blanco que se enfrentaba, sin temor, al crecimiento desmesurado de su anatomía, a la cual delataba el sudor y los caminos que dibujaban los rastros de los descuidados tragos al bote de agua en aquel calorón de casi 45 grados.
Sergio era rubio, atlético y varonil. Nunca conseguí cargarlo... en ese sentido (y en todos) con el perdí siempre.
Y, ahora, hablando de meter goles, creo que ya voy por la quinceava galleta anotada al mero centro de mi estómago. Si sigo comiendo asi, seguiré perdiendo...
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2 comentários:
pinche ernie, como siempre recordando todas las asquerosidades de secundaria, pero estoy seguro de que si volvieras a ver al tal sergio te parecerá horrendo.
seguramente es él -sergio- el que ha ganado peso con los años...
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