El jueves estuve en el puente atirantado. Lo había visto en fotos y pasando por aquella zona. Sin embargo, no me había detenido jamás para conocerlo. Fue una experiencia reconfortante. Después de comerme la primera memela de mi vida (un sope oaxaqueño tamaño Brodignac) en un restaurancito del Barrio Antiguo, nos pusimos el Sergio y yo a deambular, mientras charlábamos, por una Macroplaza íntima: completamente vacía, silenciosa y en penumbras. Entonces, se nos ocurrió ir al puente atirantado teniendo como fondo esas canciones en inglés donde nuestro gusto coincide. Fue increíble descubrir que era posible estacionarse en la orillita del puente y, desde allí, ponerse a observar el panorama. Así lo hicimos. Yo me senté de tal forma que mis piernas estaban a poca distacia del vacío. Entonces, entre los cigarros de Sergio, la música cumbianchera/texmex de la pareja del taxi estacionada detrás de nosotros, nuestra conversación se extendió hasta la una. Abajo de nosotros el cauce seco del río Santa Catarina fue un pretexto para acordarnos de nuestro río fantasma; del río Monclova. Curiosamente, en Monclova, Sergio vive de un lado del río; yo, del otro.
Volvimos con Mecano de fondo. Olvidé mis llaves en su coche...
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