Empezó la primavera. Sí que se va el tiempo rápido. Ya va a hacer una semana que regresé de México. Me cuesta siempre volver de las vacaciones. Pierdo el ritmo de mi vida por acá y, me toma cierto tiempo regularizar mi organismo a la nueva comida, a la nueva disposición espacial, al silencio, al tiempo...
Además de los dulces, de las fotos y las cosas que mi mamá me obliga con cariño a traerme, también se vienen de México unas cuantas ideas que se vuelven mi compañía.
Ir a México implica siempre enfrentarme con las posibilidades de una temporalidad paralela que no es del todo excluyente con ésta en los EE.UU. He allí lo que me entristece: esa carrera de las líneas paralelas (México-EE.UU./mi familia-yo/mi circunstancias e identidad-mis sueños/el pasado-el futuro...) que no se intersectan jamás. Y yo estoy justo en medio, escindido, dividiéndome, partido en anhelos que crecen en ambos lados. No sé si un día podré reconciliarlos de algún modo...
Hace unos días, se me regaló, a través de un sueño, una realidad ya imposible para mí. Era la historia que no pude escribir cuando vivía en México. Fue muy lindo porque en el tiempo que duró el sueño pude sentir lo que pudo haber sido mi vida a su lado. No sucedía nada fantástico como volar o que yo bailara genial, pero fue muy bonito vivir algo ya inviable de ser verificable en la realidad ajena a ésa de los sueños...
Un día una de mis amigas se preguntaba en voz alta por qué nuestra vida no podía tener un soundtrack como sí lo tienen las películas... me pareció una observación lindísima y bastante tierna. Estoy de acuerdo con ella, ahora que lo pienso. Ignoro cuál sería la canción de la mía. Sin embargo, pienso que, además de un soundtrack, me encantaría guardar en fotografías los momentos más importantes de mi vida. Me encantan las fotos. Sobretodo, las espontáneas. Las no planeadas. Por más pocos muebles que tenga mi departamento, lo que sí abundan son las fotos. A donde vuelva la mirada las hay. Sólo basta pararse enfrente de ellas o mirarlas y concentrarse un poco y, al instante, me retrotraen hacia momentos muy especiales en mi vida. Es como si el cristal de cada portarretratos fuera una puerta hacia un tiempo que ya no podré alcanzar jamás, que me rebasó para siempre...
Sí, cuando me siento solo abro todas esas pequeñas puertas y deambulo por mi departamento siendo yo en muchos tiempos. Así se acaban el silencio y la descompañía. Quizá esa sea la forma de intersectar la multiplicidad de líneas paralelas que es mi vida...
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