Oquéi, oquéi.
Sí, ¡ya qué! ¡lo acepto! Con todo la vergüenza del mundo, temiendo la maldición de mis ancestros y bajo el peligro de ser desheredado por mi familia y verme privado del lugar que ocupo dentro de mi eminente prosapia paletil, he de reconocer que no (¡gulp!), que NO me sé comer una paleta de manera inofensiva.
Hace unos días, después de atentar contra mis buenas costumbres culinarias y comerme un veggie burrito, en un lugar cerca de la universidad, de cuyo nombre no quiero acordarme... después de perpetrar semejante antropello contra el buen gusto, se me antojó comerme una paleta.
En pleno abril, hacía un calor tan terrible que los americanos -que no batallan en aligerarse la de por sí escasa carga de ropa que suelen vestir- se debatían ya no sólo entre llevar o el Vintage-Californian-Summer style o el homeless-alike-Summer-outfit, sino que competían (inconscientemente, claro) para ver quién se untaba (subrayo, ¡se untaba!) la menor cantidad de ropa al cuerpo. Obviamente, algunos realizaron algunas hazañas prodigiosas, dignas de perpetuarse por lo menos en una fotito, para no pedir algo tan imposible como una escultura a estas alturas de la conciencia ecológica.
En fin, aunque azuzado por el bochorno y la luz inquisitoria del sol, caminaba yo plácidamente por el campus en toda la vocación de voyeur de la que soy capaz (que no es poca), cuando se apareció ante mí la oportunidad para calmar mis apetitos de paleta. Entré a la cafetería y, después de enfrentar el momento apanicante de indecisión entre la amplísima variedad de popsicles, me decidí por una bastante calórica y, por lo mismo, muy tentadora: una Strawberry Shortcake Bar by Nestle.
¡¡¡Dios!!!
¿Qué puedo decir? ¿Cómo describirla? Cada mordida iba siendo una experiencia tan mística que ya me veía yo esculpido (como Santa Teresa de Ávila) teniendo un éxtasis, pero sin ángel ni flechas, sino yo solito frente a mi paleta: se me destemplaban los dientes (me dolían), pero las papilas gustativas de mi lengua estaban exultantes y gozaban en medio de estertores helados del delirio de sabor... Mmmmmm... mi paleta estaba obscenamente deliciosa. Me la iba comiendo en el camino a la oficina y, bueno, he allí el detalle y aquí surge la pregunta: ¿Cómo se puede gozar de una paleta sin atraer miradas lúbricas? No, no. No fue mi intención hacerlo, aunque fue bastante divertido notarlo. Sobre todo porque me ocurrió sólo con creaciones sublimes de Dios: tres chicos que de efebos no hubiesen dejado poema alguno por escribir... ¡Caray! en ese momento, se me antojó tantísimo estar en Grecia algunos siglos before the Common Era y ser un heleno común y corriente e invocar mucho a las musas amando a los efebos y vaciarme escribiendo y....... peeero....... sólo tenía a mi paleta.
Terminé de saborearla intercambiando miradas con el último Texan ephebus que avizoré en mi periplo con todos los sonrojos de los que soy capaz (que no son ni pocos ni mucho menos infrecuentes). Entré al edificio, llegué a mi oficina y hube de lavarme la boca diligentemente, cuidando de no dejar en ella rastros del pedacito de paraíso que me había sido revelado a mordidas en una paleta. Such is life!
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2 comentários:
ay mi reyna, SÍ que estabas RE-cachonda hoy
Ahora entiendo qué hacía ese zángano de Quitopo entre tus sábanas. Pervert!
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