segunda-feira, março 27, 2006

Borges y yo

- "Why I always become the dictionary/encyclopaedia of every guy I am/was interested in dating?" -le pregunté, entonces, a Borges, cuando el mate comenzaba a escasear en mi taza y había desaparecido prácticamente de la suya, rodeados por su biblioteca de su casa en Buenos Aires.
- "Bueno" -me respondió Borges (que en realidad era Dios)- "es que no eres ni una enciclopedia ni un diccionario, eres uno de esos libros raros en los que se ha depositado no sólo mucho conocimiento, sino todo el talento para amar; sin embargo, estás escrito en carácteres especiales y, por ende, necesitas a alguien -como tú- bastante especial para poder interpretarte, leerte y traerte a la otra vida, a esa que da el amor..."
- Ah, o sea que necesito un paleógrafo- dije yo, mostrando (una vez más) involuntariamente mis conocimientos.
- ¡Sí, un paleógrafo excepcional! ¡Y de esos quedan muy pocos, Ernesto!- concluyó Borges, frunciendo el ceño, como tratando de recordar algo, mientras me estechaba el hombro y comenzaba a regalarme una sonrisa con destellos de esperanza y consuelo.
- Sí, no todo está perdido -le dije yo sintiéndome húmedos los ojos.
- Eres un gran personaje. Ojalá pudiera escribirte- fue lo último que escuche decirle. Entonces, desperté.

[Dedicado a Óscar-desde-Hidalgo]

Mi abuelo y la nostalgia por la provincia

Pasé mucho tiempo pensando que la vida de mi abuelo y la mía no sólo eran distintas, sino opuestas y que, por tanto, las diferencias entre ambas eran irreducibles.
El tiempo ha hecho cambiar las cosas sobremanera. He descubierto que todo era cuestión de perspectiva. "Su camino es la antítesis de mi sendero" -pensaba yo, entonces-, pero no me daba cuenta que, en la vida, al igual que en Mexticacán (el pueblo de mi abuelo), no bastaba sólo con pararme en un sitio y pensar de manera categórica -encandilado por la ilusión óptica- que, para llegar a otro, tal o cual calle no debía ser muy difícil de subir. Antes de llegar siquiera a la mitad, me sorprendía siempre el sofoco porque aquellas no son calles, sino cuestas y, entonces, entre los jadeos, el sequío (como él llama a la sed) y múltiples dolores musculares, me descubría engañado por la parquedad de mi visión. Así igualito, me equivoqué cuando pensé ver entre su existencia y la mía piezas inconcatenables, la evidencia incontestable de un descoyuntamiento definitivo. Siempre -como en las películas de vaqueros que tanto le gustaba ver- nos vi caminando al uno y al otro, espalda contra espalda, hacia extremos opuestos de una calle que se perdía en ambos horizontes. No dábamos pasos para enfrentarnos en un duelo, sino para distanciarnos terminantemente (bueno, yo -de nuevo- seguía pensando por los dos). Así, él continuaría su camino hacia la realidad, donde los negocios y el presente marcaban el ritmo de las largas jornadas de trabajo (sobrehumano, he de decir) en la paletería. Yo me escapaba -a velocidad de Hermes- montado en los libros hacia otros tiempos, donde no había que pensar en palabras que dolían -como las botas que yo traía cuando estaba en Mexticacán- como ayudar, pagar, granjear y merecer; y sí, en cambio, podía guarecerme del calor atolondrante de aquella realidad -calcada y repetida sobre ella misma ad infinitum- a la sombra de la poesía y la literatura.
Sin embargo, no. No era así. La perspectiva que dan los años y la madurez nos aguzan la mirada. Hoy puedo decir que aquellos pasos que -según yo- dábamos, espalda contra espalda, hacia destinos distintos eran marcados sobre un sendero, cuyos extremos no se alejaban para despedirse, para distanciarse; sino para reencontrarse y fundirse en otra parte.
Ernesto, se llama él y, como él y por él, también, así, me llamo yo. Somos tan parecidos... Y no es esto una apreciación resultado de observar someramente sólo el espectro anecdótico de nuestros avatares (ambos salimos de nuestras casas bastante jóvenes buscando otras oportunidades, los dos dejamos nuestros pueblos, vivimos por un tiempo en los EE.UU., se nos negó la compañía del amor de nuestras vidas...), sino la certeza de que la carrera que el inició por allá de los 1929, se prolongorá en ésta que, claudicante, emprendí yo, en Monclova (donde él tuvo que establecerse) en 1980. Es cierto, sus circunstancia y las mías siempre fueron y han sido diferentes, pero mirándolo en perspectiva, nuestra lucha es la misma. La de él nació con el sueño de comprar las tierras en las que su padre -mi bisabuelo, mi nino, como le decíamos- había abonado con su juventud y fortaleza para convertirlas, así, en un regalo para él, para mi nino. Lo logró y con creces... A la vida le gustan las paradojas. Así, pues, si el sueño aquel de mi abuelo se había realizado gracias a su permanencia y trabajo en Monclova, sería allí, precisamente, allí, donde habría de nacer otro sueño, un anhelo más intenso y, por tanto, más escurridizo, el cual es aún inalcanzable para él: el regreso a su pueblo, a su Mexticacán del alma. En 1961, después de haber sido proyector de una compañía itinerante de cine que viajaba por los Altos de Jalisco y el sur de Zacatecas, de desvivir como jornalero en los Altos y de batallar como bracero en California, empeño lo poco que tenía y se fue al norte, "así: a la brava" -como él dice-, a Monclova con mi abuela, mi madre y mis tíos a pelear por sus sueños. Y pasaron los años y allí estaba Mexticacán, siempre. Presencia constante era la suya en sus palabras y, sobre todo, en su mirada. Desde 1961 hubo de repartir su vida entre su Jalisco y Monclova. Sin embargo, aún en Monclova, su Mexticacán lo acompañaba siempre. En sus mortificaciones (como él llama a las preocupaciones), en sus proyectos y, sobre todo, en los anhelos que destilan sus relatos. Por eso, ya no hay razón para decir que "soy el primero en mi familia que hace algo relacionado con literatura o el primero al que le gusta la lectura". Ahora me doy cuenta que el gusto por las historias y los relatos vienen de aquellas tardes, de aquellos instantes que salpicaban los bochornosos días en que, inconscientemente todos terminábamos formando un círculo a su alrededor sólo por el placer de escucharlo. Allí comenzó -o, más bien, continuó- todo en mí. De esos momentos, de escucharlo a él -a mi abuelo- germinaría mi gusto por la lectura y el placer de la escritura. Es verdad, él jamás regresó a sembrar sus tierras como deseaba, pero sembró en mí su esencia -el contar historias- y la continuidad de la nostalgia por la provincia.
Regresaré a ella, estoy seguro, no en las circunstancias que lo hubiese hecho él. Pero sí lo haré al lado de un hombre (mi amor) que ame esa vida del campo, a la que mi abuelo -montado, yo, en sus palabras- me llevaba siempre y con la que, hasta hoy, me hace soñar.
Sigo caminando por este sendero y, aunque mis circunstancias y el ser gay me hacen distinto, soy como él. Sólo le pido a la vida (a su Diosito, como él le decía) que me ayude a cumplir ese sueño del cual yo soy portador. El sueño de él, de mi abuelo...

sexta-feira, março 24, 2006

Tristeando

Aquí nomás tristeando...
Hoy no ha sido un día de los más halagüeños. No he hecho mucho. Tampoco tengo grandes ánimos para ponerme a trajinar por el departamento e iniciar la inaplazable rutina de limpieza de los fines de semana. Se acumulan los platos en el fregadero y la ropa sucia en la cesta. Todo pide a gritos mi atención y, así, exigiendo mi intervención, los desoigo y decido que hoy no voy a hacer nada.
Lo que tengo es pura tristura. No siento tristeza, sino lo otro: tristura. La tristeza tiene una causa palpable, un motivo visible. Es, en cierta forma, la expresión de una frustración, la posibilidad de la impotencia, el olor que ronda los umbrales definitivos...
La tristura, en cambio, es una mezcla de nostalgia y melancolía. No posee una referencialidad temporal específica. Habita, para ser preciso, en los terrenos vastísimos del subjuntivo (presente, pretérito y/o futuro). Ni siquiera implica el llanto. A veces la tristura convoca sonrisas, a veces lágrimas. Unas veces nos hace sentir vacíos, otras nos colma. Siempre, no obstante, nos hace mirar a un tiempo hipotético que, por el hecho de ser inasible, nos parece irremediablemente perdido, a pesar de que nunca se hubo materializado.
La tristura, pues, evoca el color de los sueños, la música de las ilusiones, el aroma de los anhelos e, implacable, nos recuerda irremediablemente el exilio que sufrimos y sufriremos de todo aquello por lo que suspiramos sintiéndola a ella, a la tristura...
En fin, sigo aquí... aquí nomás tristeando pura tristura...

quarta-feira, março 22, 2006

Crónica de una cena

Las cosas ocurrieron así:
Llego de correr: completamente extenuado, sudado, resollando, coloradito por la actividad física y el clima. Ha hecho un frío considerable estos días y, además, el viento ha soplado sin misericordia. Sin embargo, ni aun así desistí de salir a correr...
Pues, bien, después de beber agua y de los ejercicios post running, me ducho y realizó con sumo cuidado (con tantas cicatrices, algo he aprendido) el ritual de afeitarme.
Entonces, a colmar el apetito se ha dicho... Con las mil y una ganas de cenar huevo con papas, me dirijo a la cocina y dispongo todo. Corto la papa, saco el aceite de oliva, bato los dos huevos (sin yemas, claro). Enciendo el televisor, mientras tarareo la canción de Nueces que tanto me gusta. Sartén lista y ¡aquí vamos! ¡Qué salga rico, qué salga rico! (¡¡¡Qué salga Pipo, qué salga Pipo para que todos empecemos a reír...!!!)
[10 minutos después]
Pongo la mesa y a comer se ha dicho. Salivo, lo confieso (¡Ay, Pablov que razón tenías!). Mordida. Degustación. Expulsión automática del bocado. ¡Joder, los pedacitos de papa quedaron crudos! Arrojo todo a la sartén de nuevo y suena el teléfono (¡¡¡otra vez!!!). Asunto importante. Bueno, sí, yo te llamo mañana y vemos lo de la presentación...Sí...sí...está bien....yo también...bye....
Vuelvo a la cocina y está todo hecho un cuadro vanguardista. Humo por todos lados y del huevo ya ni rastros. A abrir ventanas para desalojar la humareda. Se va volando por ellas el ambiente acogedor de mi cena....
Me asomo al refrigerador y ya no hay más huevos... Ni hablar, a posponer el antojo...
¡Vaya aventurita con final triste!
Bueno -me consuelo- mañana paso corriendo por la cafetería y me compro mi Egg, Potato and Cheese Burrito a sólo $2.19 plus tax.
Qué nostalgia desayunar comida de mi casa, tomando Joya y viendo a Pipo...

You've got the wrong number!

He estado esperando a que timbre el teléfono...
Obviamente sí ha timbrado muchas veces. Han llamado todas las personas que pudieron haber llamado en dos semanas: vendedores de seguros, encuestadores, promotores de telefonía de larga distancia, agentes de tarjetas de crédito, funcionarios de empresas inmobiliarias... todos, todos... tooodo el ejército pro consumista menos tú... y a todos hubo que contestarles con un impasible: No, thank you, I'm not interested...
No sé si sea hoy o mañana o pasado mañana o quizás después, pero me emociona pensar que, en cualquier momento, habrá de sonar mi teléfono y, entonces, todo comenzará de nuevo a desordenarse en mi cabeza...
Eres el único a quien no le diría en mi inglés-con-acento-griego (estilo My Big Fat Greek Wedding): You've got the wrong number!
Sigo esperando...

terça-feira, março 21, 2006

Las líneas paralelas

Empezó la primavera. Sí que se va el tiempo rápido. Ya va a hacer una semana que regresé de México. Me cuesta siempre volver de las vacaciones. Pierdo el ritmo de mi vida por acá y, me toma cierto tiempo regularizar mi organismo a la nueva comida, a la nueva disposición espacial, al silencio, al tiempo...
Además de los dulces, de las fotos y las cosas que mi mamá me obliga con cariño a traerme, también se vienen de México unas cuantas ideas que se vuelven mi compañía.
Ir a México implica siempre enfrentarme con las posibilidades de una temporalidad paralela que no es del todo excluyente con ésta en los EE.UU. He allí lo que me entristece: esa carrera de las líneas paralelas (México-EE.UU./mi familia-yo/mi circunstancias e identidad-mis sueños/el pasado-el futuro...) que no se intersectan jamás. Y yo estoy justo en medio, escindido, dividiéndome, partido en anhelos que crecen en ambos lados. No sé si un día podré reconciliarlos de algún modo...
Hace unos días, se me regaló, a través de un sueño, una realidad ya imposible para mí. Era la historia que no pude escribir cuando vivía en México. Fue muy lindo porque en el tiempo que duró el sueño pude sentir lo que pudo haber sido mi vida a su lado. No sucedía nada fantástico como volar o que yo bailara genial, pero fue muy bonito vivir algo ya inviable de ser verificable en la realidad ajena a ésa de los sueños...
Un día una de mis amigas se preguntaba en voz alta por qué nuestra vida no podía tener un soundtrack como sí lo tienen las películas... me pareció una observación lindísima y bastante tierna. Estoy de acuerdo con ella, ahora que lo pienso. Ignoro cuál sería la canción de la mía. Sin embargo, pienso que, además de un soundtrack, me encantaría guardar en fotografías los momentos más importantes de mi vida. Me encantan las fotos. Sobretodo, las espontáneas. Las no planeadas. Por más pocos muebles que tenga mi departamento, lo que sí abundan son las fotos. A donde vuelva la mirada las hay. Sólo basta pararse enfrente de ellas o mirarlas y concentrarse un poco y, al instante, me retrotraen hacia momentos muy especiales en mi vida. Es como si el cristal de cada portarretratos fuera una puerta hacia un tiempo que ya no podré alcanzar jamás, que me rebasó para siempre...
Sí, cuando me siento solo abro todas esas pequeñas puertas y deambulo por mi departamento siendo yo en muchos tiempos. Así se acaban el silencio y la descompañía. Quizá esa sea la forma de intersectar la multiplicidad de líneas paralelas que es mi vida...

sexta-feira, março 17, 2006

Homenaje

Estando en la Central de Autobuses de Monterrey, esperando mi salida a Monclova, me topé en la Sala 1 con unas hojas abandonadas. Estaban en el asiento donde iba a sentarme. Las leí y aquí las reproduzco.
Sirva, pues, my blog para rendirle homenaje a este amor anónimo entre, al parecer, dos chavos. Mis notas aparecen entre corchetes [], pues es sumamente difícil determinar la legibilidad de algunas palabras.

"No se cuán común sea, pero tengo la impresión de que hay personas que llegan a destiempo a nuestra vida y, a la vez, nosotros llegamos demasiado pronto o muy tarde a la de ellas. No es una sensación agradable o fácilmente olvidable el concientizarse de ello. Produce dolor y mucha melancolía.
Hoy he confirmado mis sospechas; me pasa eso mismo con [caracteres ilegibles] Nos conocimos muy de repente cuando nuestras circunstancias de vida eran dolorosamente incompatibles: distinta ciudad, distinto país, distinta edad, distinta visión... Sin embargo había [quizá diga "hay". Es ambigua la caligrafía] de mi parte mucha atracción, en el sentido más profundo de la palabra. Su silencio envuelve cómodamente a la abundancia de mis palabras, su presencia tenue me hace sentir completo, me da felicidad saberlo sentado a mi lado, me produce ternura verlo jugar con las servilletas, los saleros, el popote... me toca el corazón observarlo elaborar obras de "arte efímero" con títulos poco pretensiosos. Él detesta tales títulos porque él es sencillo, porque él es como una tormenta que se anuncia sólo cuando su llegada es inminente sin fastos innecesarios, su sobriedad es seductora... Nunca supe lo que sería ser amado por él. Adivino la profundidad de dejarse llevar por su tormenta por las veces que lo he escuchado decirme cosas lindas y especiales. Habla poco, pero cuando lo hace sus palabras traspasan, llegan sin titubeos e iluminan todo vacío, se sienten hondo. Y las pronuncia bajito porque sabe bien cuán increíbles efectos desencadenan en mí. Quizá no lo sepa, sólo lo suponga...
El tiempo, no obstante, nos [quizá diga "me". Es difícil de dilucidarlo] obligó a renunciar al sueño de nosotros... Dolió muchísimo...[siguen seis renglones ilegibles]
Ahora sólo somos amigos, pero siento que traiciono su amistad cuando -estando a su lado- me vuelvo a dar cuenta que me gusta su olor; cuando recuerdo con dolor que acariciarlo es hoy un acto suicida. Me invade la nostalgia cuando estoy a su lado y recuerdo lo maravilloso que era tomarlo de la mano... Abrazarlo es todo un desafío: es rozar su mejilla contra la mía y acordarme del sendero de besos que trazaba antes de llegar a su boca, comunión ya por siempre vedada para mí. Y, ahora mismo, que no esta a mi lado, el escuchar estas canciones, pegado al discman, revive los sueños muertos de hacerle el amor protegidos los dos por esas letras y esos acordes que hoy ya no son mas que tonos que convocan tristeza e imposibilidad...
No. Después de todo, confieso que no es fácil estar a su lado. Me sigue poniendo nervioso su mirada, pero sé que todo esto puedo encauzarlo hacia un cariño grande en la frecuencia de sólo ser su amigo. Y no es que lo siga queriendo en secreto, es que me he dado cuenta que nuestras vidas se cruzaron a destiempo, que desgraciadamente ya no hay otra oportunidad para pensar en él como mi amor. Renuncié a [de nuevo, ilegible] como novio y lo he ganado como amigo, así lo tendré siempre a mi lado. Nuestra historia por lo menos, desde mi perspectiva, es como la de Casablanca: "We will always have Paris", pero nosotros no tendremos ningún París (bueno quizá la imagen del Palacio de Gobierno del Estado de Nuevo León iluminado por la noche, con fondo de Bach) , sino las memorias de aquel tiempo en que durante un diciembre frío, en un hostal modesto, me soñé con la posibilidad de la felicidad a su lado porque era yo, entonces, el hombre más afortunado por tenerlo... Aún lo tengo conmigo. Ahora soy su amigo..."

domingo, março 12, 2006

El sol

Nunca había caminado por un sendero que no amenazase ya desde el principio con estrecharse, dejarme solo y, al final, conducirme a un abismo inevitable. Sin embargo, no era ése el final porque el abismo -descubriría, yo, entonces- era un túnel que habría de colocarme en otra encrucijada donde, optase por la senda que optase, me estaría negado conocer el horizonte y con ello un ocaso y, por eso, la esperanza de seguir caminando y toparme con el sol.
No, nunca conocí las mañanas. Todo era una sucesión in crescendo de la obscuridad de una noche que -me autoconsolaba- era infinita. Llegaría la consumación del desahucio y se suspendería mi jornada que era una huida de sí misma en sí misma...
Y entonces me percaté que era fuerte, que los terrenos agrestes, las caídas, los largos caminares -guardianes del gran espíritu kickapu- habían devuelto a mis piernas la templanza de mis ancestros los errantes. Ahora que la luna me mostraba que había otros caminos allá arriba estaba listo para remontarlos. La fuerza de los errantes estaba conmigo y también la herencia de mis abuelos venidos del mundo que envejecía era, por mí, notada con estupor: las alpargatas aladas y el insigne caduceo habían estado allí conmigo, durmiendo, polvorientos, desde siempre.
Estaba listo para alcanzar los caminos celestes que la luna me prometía. Se habían acabado las jornadas nocturnas sin horizontes luminosos...
Ya avizoro el sol. No hay alas de cera que se intimiden ante él. Estoy yo, feliz, desde las cumbres de las montañas nevadas encarándolo. Soy yo. He renacido. He nacido Hermes-Kickapu.