Tercianas: se denominaban así a una especie de fiebre intermitente
que aquejaba al paciente cada tres días.
Para curarlas se ponía la persona aquejada de espaldas
a una laguna y recitaba:
Buenos días, espolón:
Tercianas tengo, tercianas son.
Que de mí se vayan
Y a ti no te vayan
y se deshagan
como la sal en el agua.
Y luego se tiraba un puñado de sal hacia atrás para que cayera en el agua.
Viernes. What the fuck is wrong with me? me repito mientras desvanezco con precisión compulsiva la turbieza de mi vaso de cristal favorito. Desde siempre he sabido que el índice de tráfico en el fregadero y la densidad de ocupación de mi cesto de ropa sucia son indicadores inequívocos de mi estado de ánimo. Y hoy viernes están llenísimos y yo estoy de tal vacío-proclive-a-explotar que evito cualquier fósforo que me haga llorar a llamaradas. Quisiera lavar mi vida tan escrupulosamente como lavo este pedazo cóncavo de vidrio; sortear las secuelas de los descalabros, amparar las ilusiones huérfanas, olvidar las babeles sentimentales que han acabado por frustrarse... Descubro que es imposible. Las cicatrices me han robado la inocencia.Estoy escaldado de dolor, desahuciado de posibilidades. Tengo miedo de soñar. Mi vida se ha convertido en una continua vigilia donde contemplar ilusiones es caminar sobre terrenos henchidos de minas terrestres antipersonales.
Terminaré de poner en orden el departamento. Secaré la loza, la colocaré en la estantería ordenándola por colores, funciones, predilección y tamaños. En algunas horas mi ropa estará reconfortantemente limpia, planchada y doblada en mi armario-vestidor. Y, entonces, se acabará el viernes y lo sucederán el sábado y desangrado ya el domingo, habrán de cesar momentáneamente mis tercianas. Pero sólo es su paréntesis; una tregua del todo frágil y, por tanto, engañosa.
Me toparé con ellas de nuevo, con mis tercianas, frente al fregadero, frente a la lavadora lavando mis trastes, mi ropa... llorando en silencio mis penas...