sexta-feira, setembro 29, 2006

Tercianas

Tercianas: se denominaban así a una especie de fiebre intermitente
que aquejaba al paciente cada tres días.

Para curarlas se ponía la persona aquejada de espaldas
a una laguna y recitaba:

Buenos días, espolón:

Tercianas tengo, tercianas son.

Que de mí se vayan

Y a ti no te vayan

y se deshagan

como la sal en el agua.

Y luego se tiraba un puñado de sal hacia atrás para que cayera en el agua.



Viernes. What the fuck is wrong with me? me repito mientras desvanezco con precisión compulsiva la turbieza de mi vaso de cristal favorito. Desde siempre he sabido que el índice de tráfico en el fregadero y la densidad de ocupación de mi cesto de ropa sucia son indicadores inequívocos de mi estado de ánimo. Y hoy viernes están llenísimos y yo estoy de tal vacío-proclive-a-explotar que evito cualquier fósforo que me haga llorar a llamaradas. Quisiera lavar mi vida tan escrupulosamente como lavo este pedazo cóncavo de vidrio; sortear las secuelas de los descalabros, amparar las ilusiones huérfanas, olvidar las babeles sentimentales que han acabado por frustrarse... Descubro que es imposible. Las cicatrices me han robado la inocencia.Estoy escaldado de dolor, desahuciado de posibilidades. Tengo miedo de soñar. Mi vida se ha convertido en una continua vigilia donde contemplar ilusiones es caminar sobre terrenos henchidos de minas terrestres antipersonales.
Terminaré de poner en orden el departamento. Secaré la loza, la colocaré en la estantería ordenándola por colores, funciones, predilección y tamaños. En algunas horas mi ropa estará reconfortantemente limpia, planchada y doblada en mi armario-vestidor. Y, entonces, se acabará el viernes y lo sucederán el sábado y desangrado ya el domingo, habrán de cesar momentáneamente mis tercianas. Pero sólo es su paréntesis; una tregua del todo frágil y, por tanto, engañosa.
Me toparé con ellas de nuevo, con mis tercianas, frente al fregadero, frente a la lavadora lavando mis trastes, mi ropa... llorando en silencio mis penas...

Mi primer amor [imposible]


Se llamaba Kouji, Kouji Kabuto... Yo era un niño, entonces, y lo deseaba sufriendo como Afrodita...



Aprendí a amar a distancia y desde ese momento, no sé hacerlo de otro modo...

...y por respeto a "su memoria" en ningún otro japonés volví a poner los ojos.

quarta-feira, setembro 20, 2006

Manuel

Después del pavoroso ataque de migraña que me representó una corta hospitalización hace ya una semana, regreso a mi blog con suma avidez. Gracias a mis pacientes y sufridos lectores por su constancia y su comprensión.
Los días en que el cansancio o cualquier otra razón distrae mi sueño, convoco en mi memoria los senderos por los cuales caminé en algún momento de mi vida:
1) El centro de Monclova
2) Las calles de Mexticacán
3) Monterrey todo
4) La zona de la University Avenue en Las Cruces, NM
5) Mesilla, NM
6) Mis tres barrios en Boulder y el área de CU
Así, pues, con los ojos cerrados deambulo por esos espacios y rememoro las tonalidades de la luz, las sensaciones, los olores e, incluso , recreo mis pensamientos de entonces. La noche del martes volví a caminar por Monclova desde mi cama en Austin. Pensaba en mis cortas vacaciones allá. En lo mucho que esperaba la noche para que el sol y el calor nos diesen una pequeña tregua. Daban las 11 de la noche y, entonces, después de que cerrábamos el negocio, me dirigía a la pequeña pizzería que queda justo enfrente para comprar mis dos Sprite en lata. Claro, claro. Podría comprarlas también en un OXXO o en cualquier otro lado, pero había una irrebatible razón que me hacía adquirirlas en Genuino's Pizza. Se llama Manuel y debe acariciar los 18 años. Sin altura excesiva, pero con un rostro que es la misma ternura, Manuel desarma con su sonrisa: limpia, directa, sincera, sin malicia.
He hablado con él varias veces cuando va a la paletería y me toca despacharlo. Me colma de sonrisas desde el primer momento. Yo tampoco se las niego. Me da la mano y estrecha fuerte la mía. Siento sinceridad. Masculinos sus modos siempre, pero la suya es una testosterona que no se manifiesta agrediendo. Antes bien, seduce por su ternura.
Hemos hablado un par de veces mientras me pone las Sprite en la bolsita de plástico que diligentemente llevo y me recuerda:
- Allí van los popetes.
Y me sonríe. Me da la mano. Es una mano amplia y se antoja trabajada por algo de aspereza que se siente en ella.
Me cuenta que quiere seguir estudiando después de la prepa, pero que tiene que trabajar, que tiene amigos que estudiaron... y me pregunta sobre lo que estudio, que dónde estoy, que no conoce Texas, que qué es eso de "doctorado en letras"...
Y yo le contesto todo puntualmente, tratando de que me entienda, sin por ello dejar de mirarlo con una discreción tan prudente como embelesada.
Ay, Manuel -pienso- si supieras las ganas que tengo de darte un abrazo bien fuerte, de acariciarte la cara, de portarme como machín matón y deshacerte con un gesto rudo de cariño (¡vaya oxímoron!) ese peinado de por sí tan distraído y plantarte, entonces, un beso en la mejilla....
- Muchas gracias -le digo despidiéndome-. ¡Y sigue con tu plan de estudiar, eh!... Bueno , Manuel, nos vemos...
Y cruzo la calle deseando voltear la mirada y soñando encontrarlo parado en el umbral de la puerta. Y me invade la tristeza cuando pienso que tal vez su situación económica le impida continuar sus estudios, me duele adivinarle un futuro de muchacho casado a corta edad con 4 hijos a los 25 años, me lastima pensarlo trabajando en una maquiladora, gordo y descuidado, soñando con alcoholizarse los fines de semana...
Ay, Manuel -pienso- si fueras gay; si yo tuviera el pleno derecho a soñarte...

segunda-feira, setembro 11, 2006

Ése que no soy yo...

Muchas veces lo he visto entrar en su departamento de lujo, tras años y años de estudios, ya consagrado y reconocido como autoridad en su campo. Entrar solo sin siquiera pensar en proferir palabra alguna. Nadie lo escucharía. Abominan a las mascotas en el exclusivo complejo habitacional en el que reside. Zapatos bien lustrados. Ropa en colores neutros y líneas puras de diseñador definiendo su anatomía atlética a sus más de cuarenta años. Deja el portafolios en el impecable sofá de piel y se aproxima al modular para poner música. Abre una cerveza Lambic de frambuesa y, tras servirla en una copa, la degusta lentamente. Al fondo se mecen los tangos. Él cuelga los recuerdos junto a la chimenea para volverlos a la vida. Tiritan. Afuera nieva y hablar del frío no es sólo referirse a un factor ambiental. Se echa sobre la inmaculada alfombra. Ir a la cama es yacer con la soledad. Entonces, los rememora, los nombra, los recrea en su mente. Sus cuerpos, sus manos, el olor de cada uno, los acaricia hilvanando ilusiones. Todos se han ido. No lo esperaron. Se guarece de la tormenta con sus anteojos italianos. Avanza decisivamente hacia la acogedora biblioteca. Cierra la puerta. Destellos de luz se escapan por sus resquicios...

Monterrey; una probadita

A veces quisiera poder escribir este blog instantes después de que me ocurren cosas a mi parecer trascendentales. Luego pasa el tiempo y se me olvidan muchos detalles que pensé en incluir o, como las más de las veces, se atraviesa una racha de muchas ocupaciones y para cuando acuerdo ya me sobrepasaron las vivencias y tengo que decidir qué poner y qué dejar a un lado de entre lo poco que recuerdo. De todas formas, persisto en este intento de llevar un diario personal con ejercicios de escritura en línea.
Acabo de regresar de Monterrey. Fui de fin de semana. Viaje relámpago. Y como todo rayo, luminoso, esclarecedor, incisivo... Amo a Monterrey. Sería una falsedad y además algo por demás innecesario de negar. El afecto por Monty se me sale por los ojos, por la boca y por todo el cuerpo.
Él lo sabe (porque Monterrey it´s a guy!) y me recibió -snob y globalizado- recién bañado, sin el solazo despiadado que lo caracteriza y con un instinto de seducción capaz de despertar en mí todo tipo de saudades. Y ante Monterrey me dejo siempre, me rindo again and again.
Rollo de salmón en el Yamato, chai en el Starbucks del TEC y conversación entrañable con mi amigo Adrián. Caminata con propósito hedonista por los alrededores del campus.
Pregunta retórica: ¿dónde convergen los hombres más bellos de México y América Latina? (Respuesta obvia).
Entonces, actualizar aquel proverbio de "todo encuentro casual es una cita" fue cosa de segundos. Las muestras de cariño de mis ex estudiantes me conmovieron sobremanera. Confirmé la certeza de que lo mío es ser profesor y que lo mejor que puedo y sé hacer es quedarme en cada una de las personas que me conocen a través de la enseñanza, de compartir lo poco o mucho que sé. Los comentarios y el cariño que me demostró Gabriel me hicieron sentir muy feliz; meaningful para alguien. Fue mi mejor estudiante en la clase de literatura mexicana que enseñé durante el verano en Monterrey. Me confesó que sigue leyendo, a pesar de que no estudia letras.
Optimismo, profundo optimismo. La esperanza en el futuro sigue viva. No todo está perdido. No todo, aún.