Recuerdo haberle leído hace algunos años a Michel Foucault un ensayo de interpretación sobre el que es -quizá- el cuadro más conocido de Diego de Velázquez: "Las meninas" (1656). El texto aparecía en su libro The Order of Things y en él, Foucault destacaba el carácter crítico que el cuadro de Velázquez detentaba frente al pretendido poder de representación de la pintura para confirmar visualmente un orden objetivo. Velázquez se adelantaba a su tiempo. Con "Las meninas" estaba introduciendo grandes incertidumbres en la representación visual en una época en que la imagen y las pinturas eran vistas como confiables ventanas al mundo.
En "Las meninas" asistimos al fenómeno de la reciprocidad de la mirada. - ¿Quién es el objeto visto y quien es el sujeto que observa?- parecería retarnos Velázquez a través de su composición. Más aún, ¿dónde está el cuadro que, como observadores, esperamos encontrar? ¿Es el cuadro el proceso mismo de su elaboración? ¿O nos encontramos frente a la imposibilidad de admirarlo ya que se encuentra de espaldas a nosotros como puede verse adentro de la pintura? ¿O tal vez los únicos que pueden observar dicha pintura son los seres que permanecen de pie del otro lado del óleo? ¿Somos nosotros, entonces, los retratados? Ni Velázquez, ni la infanta Margarita, ni sus meninas (damas de honor), ni los reyes Felipe IV o María Ana de Austria podrían decírnoslo.
301 años después, en 1957, Pablo Picasso nos entregaría su versión cubista de "Las meninas"...
Sin embargo, la última versión -por lo menos la más reciente- vendría a figurarse 49 años después en circunstancias bastante especiales. Ocurrió durante un sábadomingo de juerga en la zona del hemisferio occidental donde el primer y el tercer mundo convergen y se enfrentan. Reynosa, Tamaulipas, México. ¿El lugar? La Jarra Bar, altos que son el punto de encuentro de lo más selecto de la flora y fauna del área: mayates, chichífos, vestidas, machorras, jotas down to earth, maricas fresas wannabes, "curiosos" y todas las demás categorías proteicas...
No se trata de una acuarela, ni de un óleo, sino de una instantánea tomada gracias a la posibilidades de la tecnología celular por un artista (Mr. Óscar Reyes), a quien podemos ver al fondo, gracias a su reflejo en el espejo. No lleva pincel en la mano, sino su celular en el momento de dar el click definitivo. La luz en su rostro no tiene pretensiones mágico realistas, es consecuencia directa de la iluminación del móvil sobre su cara... ¿Quién figura su lado? Su identidad es más que obvia (ya adivinaron, ¿no?). Es quien-ya-saben en el momento en que ayudaba a una botella de cerveza a verter su contenido en su propia garganta...
Nada surrealista el cuadro. Es tremendista y hace uso de la estética del sepia vehemente. No hay ninguna infanta al centro de la composición, sino una vestida con las nalgas henchidas de silicón y en forma de corazón. Todo ello preséntase enfundado en un pantalón negro transparente, a través de cuyas gracias podemos admirar una contundente tanga roja. Las manos que la sujetan son las de un lavacoches bugoide que en su supuesta ebriedad se la fajaba sin contemplaciones. La escena es, pues, sublimemente minimalista, pero a la vez barroca, terrible, pero a la vez, hermosa. Se escapan los adjetivos; se quedan cortos...
¿Quién, qué versión podría superar a "Las meninas :: versión Reynosa on the verge of Apocalypse"?
El reto está en el aire...