sexta-feira, maio 19, 2006

Monclova...

El calor espiando, el sabor del hollín de Altos Hornos en el paladar, el polvo por todos lados, las sombritas huyendo. Modestia y planitud en el paisaje. Ruinas, muchas veces. Es mi ciudad y me siento a gusto en ella; es mi casa...
Sus montañas imponentes y calvas me hacen recuperar la seguridad de tener un centinela. Esa seguridad que ni la verdura, ni los numerosos ríos, ni la fertilidad de los valles texanos me provocan. No siento, aquí, el desamparo, aunque el semidesierto sea desamparo mismo...
Y, por la noche, ese rito añorado tantas veces a la distancia en un departamento-del-primer-piso-en-una-área-residencial-del-mundo-civilizado; vestigios de mi barbarie en los que me regodeo. Despreciando, así, la comodidad de los baños de mi casa, opto por bañarme a jicarazos en la pila del patio por la noche, mientras sopla el viento, ni caliente ni fresco, del semidesierto... Adivino noche estrellada; no puedo verla.
Es mi casa, es Monclova, estoy aquí...

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