segunda-feira, abril 23, 2007

Bitácora de mi viaje


No se despeñó ningún avión. Sigo vivo. Fueron cinco días maravillosos. Se pasaron rapidísimo, me quedé con ganas de más, pero fueron suficientes para regresar lleno de alegría y de tranquilidad a retomar las riendas de mis estudios y mi trabajo.
Prácticamente pude hacer todo lo que quería, lo que había planeado, excepto ir al cine. Sin embargo, lo apunté en mi libreta de pendientes para la próxima vez que regrese que -espero- no sea dentro de mucho. Sí, sí, lo confieso, vengo muy optimista.
El miércoles amanecí en Houston donde tuve que hacer escala antes de llegar a Monterrey. Tenía hambre. Y es que después de 4 horas de vuelo desde Sacramento, sólo había pretzels y bebidas (no alcohólicas, obviamente) en mi estómago peregrino. Así, pues, me acerqué a una de esas tienditas típicas de los aeropuertos y compré -muy healthy, muy healthy- una manzana y un botecito de yogur deslactosado. Me atendió una mujer vietnamita algo mayor, a quien por poco y no entiendo. Su acento -como muralla infranqueable- me hizo sentirme tan inseguro de mi proficiencia oral en inglés que me hice entender a señas y gesticulaciones. En fin, me dio bien mi feria y eso me tranquilizó.
Llegué a Monterrey y después de un incidente ridículo con ciert@ oficialuch@ de aduanas que me quería confiscar la láptop nuevecita que le llevaba a mi hermana -un MacBook hermoso-, en la sala de espera me aguardaba ya mi aguísimo Adrián, perfumado, fashion y on time. Es siempre una alegría regresar a Monterrey y verlo y conversar y poder hablar en nuestro argot. Es mi amigo de los tiempos de la universidad, de los únicos que me quedan en Monterrey, al cual me alegra ver mejor cada vez que me echo un salto por allá. Después de que abordamos, su flamante coche, que maneja y muy bien en medio de un tráfico como el de Monterrey, me reencontré con una ciudad exultante y plenamente viva ya a esas horas de la mañana. El cerro de la Silla de fondo me puso la piel de gallina y sentí de manera plena la alegría de estar de vuelta. Después fuimos al Tec donde uno realmente batalla para no quedarse bizco o sufrir un ataque de tortícolis. Sin embargo, pude conservar mi salud intacta...
Más tarde, Janell, Adrián y yo comimos de manera suculenta en un restaurante de comida oaxaqueña en el Barrio Antiguo, donde la tropa entera de meseros se enteró de que nuestra mesa era súper arcoiris. Pasamos un momento agradabilísimo. A Janell tenía años luz de no verla. Fue un gustazo encontrarnos y ver que su vida marcha estupendamente. Me gustó verla optimista, guapísima y en plenitud de dotes como la gran conversadora que es. Además, ¡cuera!, me regaló un libro de historia colonial -Historia del Nuevo Reino de León (1577-1723)- que me traje a Sacramento cuidadosamente envuelto para que figure en mi librero de honor (el que está en mi habitación).
Por la tarde tomé el autobús a Monclova y emprendí propiamente hablando mi camino a casa. Se hacen 3 horas en autobús de Monterrey a Monclova. Tres horas en las que disfruto sentarme a lado de la ventanilla y ver el paisaje que es desolador, dramático y hermoso, al mismo tiempo. Vi una puesta de sol, de ésas que no se ven por acá. Dormité un poco, lo confieso. Me eché una pestañita deliciosa. De ese sueño con el que sólo sé coincidir en el autobús a Monclova. No sé, es difícil de explicar, pero así es.
Llegué a la central de autobuses y caminé hasta mi casa con el corazón como acordeón por la sorpresa que le iba a dar a mi familia. Y, entonces, todo fue alegría en diferentes formas. Ver a mi madre, abrazarla, besarla... sentir que estaba allí. Querer llorar de gusto y no poder más que sonreír. Luego, estrechar a mi hermana que está más guapa que nunca y sentirme orgulloso por lo valiente y buena que es. Ver la cara de incredulidad de mi padre cuando me vio entrar a la casa y ser testigo de ese buen humor inagotable en él... Estar con mis abuelitos, plenos de dulzura y sabiduría. Acariciar a Bobby, el perrito de mi abuelita, que no pudiendo disimular su alegría hacía acrobacias enternecedoras. Estaba en casa nuevamente...
Comí muchas paletas, tomé muchos helados porque no podía desaprovechar la oportunidad. Crecí comiéndolos y me hace falta siempre mi dosis de "nieve" -como llamamos allá al helado- y paletas. El que mi madre y mi abuelita cocinasen para mí fue recuperar el privilegio que tuve cuando vivía en Monclova, en mi casa. Se desperezaron en mi lengua sabores que están ya no sedados, sino hibernando por acá. ¡Qué festines, qué festines me dieron!
En fin... los días volaron. Me reservaré los gratísimos momentos que pasé con mi má, con mi pá, con Gaby, con todos. Las noches eran súper chidas porque platicábamos hasta las 2 ó 3 de la madrugada poniéndonos al corriente de todo. Ahora que regreso a mis noches solitarias recuerdo esas desveladas con muchísima nostalgia. Sin embargo, estoy muy muy contento de haber podido verlos. Los quiero mucho y siempre me hacen mucha falta, pero ellos entienden lo importante que es defender con vehemencia la consecución de los sueños que, por cierto, nunca es ni fácil ni del todo gratuita.
Ayer domingo, después de empacar una carga obscena de dulces típicos de Monclova, un envueltito de tamales hechos por mi madre y mi abuelita y tragarme muchas muchas lágrimas y pucheros frente a mi má, mi pá y mi hermana, regresé a Monterrey para tomar el vuelo de regreso. Estuve con Adrián nuevamente y también con Chuy, su novio, quien cocinó un muy rico brunch de domingo con sabor muy centralino. Pasamos un rato muy bonito. Después el aeropuerto y todo lo que ello implica: revisiones, prisas, estrés, quedarse solo...
Llegué completito acá, pero eso sí, rabiando de hambre porque, una vez más, no me dieron más que porquerías durante el vuelo. Afortunadamente un dulce de nuez de los que me traje para regalar (sí, claro, ajá, jeje) agotó mi hambre. Me duché escrupulosamente y me fui a dormir contento, pensando en todo lo que disfruté mi viaje.
Pienso siempre en el regreso, aunque estoy feliz acá en California. Mi vida, mi vida es una paradoja. Hay que seguir, para adelante, adelante siempre, me repito, mientras les cuento (es decir, posteo) y me como con gran deleite un par de tamales riquísimos -vestigios materiales entrañables de mi viaje- calentados con muchísimo cuidado para que el detector de humo no se active y se arme el sanquintín en el complejo de departamentos en el que vivo.

¡Salud, salud por todos!
Ya estoy de regreso...

6 comentários:

grg disse...

welcome back.
Y también al blog.

Óscar Ávila disse...

Me da mucho gusto que hayas podido escaparte unos días. Te lees bastante emocionado, incluso me emocioné yo, imaginándote en esas tierras polvorientas tan llenas de cariño. Feliz regreso. Un abrazo.

Anônimo disse...

Primito!! Que emocion el leerte de ver como disfrutaste tu viaje; me hiciste recordar cuando vivi lejos de casa por un tiempo en Florida, el regreso a casa es algo magnifico, y me hace recordar que yo estoy aqui en mi Reynosa, aunque Tierrosa es la mas hermosa para mi... por mi familia, mis amigos, etc etc. y bueno debo apreciar que estoy aqui en estos dias que la desolacion vaga cerca de mi.

Y bueno aunque estoy lejos como dicen... "im just a call away.. " y bueno tambien ya sabes los mensajitos aqui estoy.

Cuidate mucho y espero que todo siga bien.

Besitos

Jan de la Rosa disse...

Arent we just FAB?!!! =)

Love u, hon, que bueno que te gustó el libro.
Es de los que no me da penita que tengan mi nombre en la legal... mucho decir!!
Gustazo verte también, hasta que se me hizo, gacha!!! ;)

Anônimo disse...

Gracias por venir y estar aqui ese día tan especial para mi. Sin duda alguna mi mejor regalo, fue tu presencia.... Cuidate muchoo......

Para que veas que si te leo. :)

Herr Boigen disse...

Reina del Tesoro,
Qué alegría saber que en Monterrey siempre te sientas en casa y, entre nosotros, en familia

te quiero mucho y lo sabes, siempre me alegra verte de vuelta

h. B.