quinta-feira, abril 26, 2007

Tu regalo atrasado


Las cuestiones financieras nunca han sido mis mejores amigas. Sin embargo, eso no impide que tenga las mejores intenciones y que quiera demostrar el afecto por las personas que más quiero soñando con ofrecerles algo que -sé- mejoraría sus vidas o les alegraría, por lo menos, el momento.
Hace unos días (el 22 de abril para ser exactos) fue su cumpleaños y mis bolsillos estragados no pudieron acercarle nada bonito; ni siquiera una flor... n-a-d-a. Y he pensado y pensando en que tal vez todavía es tiempo para darle algo, pero no sabía qué, no sabía cómo. Y, entonces, lo encontré y aquí está el presente , muy atrasado, pero con todo mi cariño para ti, Gaby:

Tenía yo seis o siete años y tú entre tres o cuatro. Acababa yo de llegar del colegio. Puedo, incluso, verme con mi impecable uniforme del México-Americano caminando por el patio buscándolas a mi mamá y a ti. Traía mis pantalones de mezclilla azules visibles por su pulcritud y, sobre todo, por la raya enmedio que mamá siempre -desoyendo cualquier preocupación por la moda- les imprimía al plancharlos "como antes". Mi camisa celeste, campo inmaculado sin arrugas que arrobaba el ambiente por su indefectible olor a Suavitel. Mis zapatos negros ortopédicos (que detestaba pero cuya labor ahora agradezco sobremanera) perfectamente lustrados por las manos habilidosas de mi padre aquellas mañana de noticias y música norteña incomprensibles compitiendo en volumen por nuestra atención en la televisión y la radio.
Las encontré finalmente en aquel patio inmenso para un niño de mi edad. Mi mamá estaba lavando y con ella estabas tú. Saludé con besos a las dos.
- ¿Cómo te fue en la escuela?- me preguntó mamá
- Muy bien, mami. No tengo mucha tarea hoy... ¿Qué estás haciendo, Gaby?
Tú te reías. No contestabas.
- Tengo hambre, mami -le dije.
La comida estaba lista ya, obviamente. El olor -captado desde el momento en que había entrado- era prueba fehaciente y, a la vez, avasallante de tal prodigio diario que realizaban las manos de mi mamá en la cocina. Sin embargo, era día de lavar y má y tú no estaban -como acostumbraban- en la cocina, sino en el patio, por el lavadero con lavadora prendida y tinas de agua con suavizante donde había de obrarse el milagro que hacía que nuestra ropa destacase en medio de la ropa de los demás por suavidad y olor. Sí, todos lo notaban y no reparaban en comentarlo.
Me acerqué -como hipnotizado- a ver las revoluciones de la lavadora EASY blanca mientras mamá terminaba de tallar unas servilletas. Tú estabas en la travesura completa: mojándote las manitas en una de las tinas de agua con suavizante. Te recuerdo como si te estuviese viendo ahora mismo. Tu melena pelirroja cuadradita, lisa en extremo y sedosísima. Tus ojos negros, grandes y redondos precedidos por tus largas pestañas también negras y esos pocitos en las mejillas blanquísimas cuando sonríes. ¡Tan bonita, Gaby! Traías una camisetita blanca y unos shortcitos bombachitos también blancos como tus calcetas y zapatitos. Hacía calor. Estábamos a punto de irnos a comer cuando mi mamá -quizá intentando alejarte de la traveseada- te encargo ir por las sábanas de su cama que había dejado en el cuarto para ponerlas en la lavadora.
¿Por qué no fui yo? me he reprochado siempre.
Te fuiste jugueteando: entre corriendo, caminando y saltando. ¿Por qué no fui yo?
Nos quedamos mamá y yo esperándote. Entonces te vimos venir y yo creo que me puse más blanco que la sábanas que traías entre arrastrando y pisando. ¡Pobrecita! Un chorro de sangre te corría por la cabeza. Fue la primera vez, Gaby, te confieso, que tuve tanto miedo. Me puse a llorar cuando te vi así. Pensé que te ibas a morir al instante. No podía más que llorar.
- Mami, mami ¿qué tiene Gaby? ¿Por qué le está saliendo sangre de la cabeza? Mami, mami...
Tú no estabas asustada porque -inocente y chiquita- no te habías dado cuenta de la sangre que te resbalaba por la frente. Sólo decías que sentías caliente la frente. Yo no hacía más que llorar. Pensé tantas cosas con mis seis o siete años.
Mi mamá que ha sido siempre fuerte y sobretodo valiente no perdió la calma y aun tuvo la templanza de interrogarte:
- ¿Qué te hiciste, hija? ¿Donde te caíste?
Entonces nos enteramos. Había un cajón abierto en la recamára y cuando tomaste las sábanas te tropezaste y te diste en la frente con una esquina y de allí la sangre y sangre...
Te llevaron al hospital y yo me quedé llorando, pensando en que quizá ya no regresarías...
Afortunadamente, mis temores se esfumaron cuando te vi entrar toda tierna y bonita con una gacita en la frente, ignorante de los presagios amargos de tu hermano llorón y victoriosa de tu batalla contra las sábanas rebeldes.

Han pasado muchos años de eso y te confieso que aún se me rompen los ojos cuando me acuerdo de aquel instante en que te vi la carita llena de sangre y pensé en que íbamos a separarnos. Y, bueno, sí, efectivamente tendremos que separarnos algún día, pero mientras tanto recuerda que te quiero muchísimo y que como no hubo dinero este año elegí regalarte este recuerdo que quizá no mejore tu vida ni te haga sentir mejor, pero que habla de lo importante que es tu presencia en la mía. ¡Me encanta ser tu hermano! Y sí, sí, sí, ya estoy llorando otra vez... poco he cambiado :)

¡Te quiero mucho, Gaby! ¡Feliz cumpleaños!

5 comentários:

Óscar Ávila disse...

Es un muy buen regalo me parece. Esas historias con los hermanos... esos hermanos con sus historias. Muy enternecedor. Un abrazo.

Anônimo disse...

Yo creo que el tenerte de hermano es el mejor regalo que la vida y Dios me pudieron dar.

Gracias Erno, te quiero muchoo!!!!!

Hay que ser valientes y seguir adelante.

Besos.

Anônimo disse...

Corazón,
Los hijos únicos no tenemos vivencias así. Será por eso que se entrega uno tanto a las amistades...

Esta historia yo ya la conocía, te la escuché alguna vez? o la leí en algún otro sitio?

Herr Boigen disse...

:D cute

Jan de la Rosa disse...

Lo de hoy son los regalos en blog, eso es por todos sabido ;)